«Lamborghini y su biógrafo», por Ariel Luppino.

El jueves 22 de marzo, Ariel Luppino estuvo junto a Ricardo Strafacce charlando en el Instituto de Literatura Argentina. Para ello, preparó algunos textos sobre escritores de la escena literaria que les ofrecemos aquí en distintos posteos. A continuación, sobre Osvaldo Lamborguini:

Lamborghini tiene una prosa nerviosa y una respiración entrecortada, como un jadeo. Lamborghini vacía a las palabras de sentido para poder desplegar su plasticidad y producir torsiones en la lengua. Parece partir de una pregunta: ¿cómo hacer que una lengua familiar -una lengua materna- se vuelva extraña. “Primero publicar, después escribir” no es un chiste, no es una boutade. “Primero publicar, después escribir” es un programa de escritura. Lamborghini entendió que la escritura se completaba con la edición, no en términos metafóricos sino más bien literales, y por eso pudo preveer el carácter póstumo de una obra: la propia. “Juro que nadie escribe mis novelas” puede leerse de dos maneras, como una jactancia o una resignación. A Lamborghini le hubiese encantado que alguien le publicara las novelas que todavía no había escrito para poder escribirlas. Quizás eso hubiese hecho que valiera la pena la escritura y que la escritura exorcizara la pena de “lo inenarrable”. ¿Pero quién iba a leer aquello que Lamborghini no quería o no podía escribir? “Primero publicar, después escribir”. A través de la edición Lamborghini comprendió el carácter fragmentario de su obra. Si su obra eran “los papeles póstumos de un escritor genial”, Lamborghini primero debía morirse para publicarlos, porque el carácter fragmentario era constitutivo de su literatura, y después de su muerte aquello que fuera “publicado” al fin sería escrito. Como la tan anunciada novelita triste de Lamborghini que finalmente escribió Strafacce. En una carta a uno de sus amigos, Lamborghini escribió lo siguiente: “Desde hace días estoy rescribiendo “La Hija de Hartz” con la esperanza de poder mandártela pronto. Tiemblo: tiene que ser perfecta. Pero me cuesta. Se obstina en no sobrepasar el nivel de lo muy bueno: y ocurre que por razones largas de explicarte, y que se relacionan con lo que yo podría llamar pomposamente mi obra, esta vez debe interrumpir la perfección”. Lo que Lamborghini debe interrumpir no es la perfección sino la escritura, pero justamente debe hacerlo para que el poema sea en verdad perfecto, es decir, inconcluso, y, dentro de esa lógica, para que él pueda publicarlo (primero) de manera póstuma, y después (terminar de) escribirlo. El poema debe hacer serie con los otros poemas, relatos y novelas apócrifos: eso que Lamborghini llamaba “pomposamente” su obra y no eran más que “los papeles póstumos de un escritor genial”. Ya en el 77 Lamborghini le habla a un amigo como si éste fuera su albacea y al mismo tiempo prefigurara la lectura de un biógrafo, o mejor, un cartógrafo que se encargaría de juntar sus papeles, reponer el sentido y dar cuenta de su genio. Ahora bien, para que “La Hija de Hartz” fuera “perfecta” debía permanecer fragmentaria, y eso es lo que finalmente pasó, en este al igual que en otros casos, de una manera extrema: como fragmento sólo quedó el título, y el poema fue “publicado” en la medida que tanto el biógrafo (Ricardo Strafacce) como el albacea (César Aira) lo consideran parte de la obra pérdida o no encontrada de Lamborghini. ¿Y si Lamborghini nunca lo hubiese escrito? ¿Si tan sólo lo hubiese publicado primero para escribirlo después, póstumamente? “Publicar primero, después escribir”. Ante la imposibilidad de escribir, Lamborghini redujo su programa de escritura a la mitad de la frase. Primero lo primero: publicar. Por lo tanto, “juro que nadie escribe mis novelas” podría ser leído ahora de tres maneras, como una jactancia, una resignación o una queja. Una queja que alguien podría escuchar de manera póstuma. Eso explicaría que Strafacce cansado de buscar y no encontrar la novelita triste de Osvaldo Lamborghini haya resuelto escribirla, y publicarla, a la manera de Osvaldo Lamborghini, en todo sentido de la expresión. ¿Pero la novelita triste de Osvaldo Lamborghini no era su propia vida, su Biografía? O bien: ¿Osvaldo Lamborghini, una biografía es una novela paranoica donde el narrador busca desentrañar un crimen (“lo inenarrable”) y encontrar un culpable donde el lector menos lo espera? ¿Y si “lo inenarrable” fuera una pista falsa…? ¿Si Strafacce no hubiese sido lo suficientemente paranoico…? ¿Y si Lamborghini no fuera del todo inocente al momento de interrumpir la perfección…? “Publicar primero, después escribir”. Quizás podamos atisbar una explicación en la reescritura que Lamborghini hizo del Martín Fierro: “Siempre hay encontrones cuando un genio se divierte”.

«Hay una “música Cabezón Cámara”». Por Ariel Luppino

El jueves 22 de marzo, Ariel Luppino estuvo junto a Ricardo Strafacce charlando en el Instituto de Literatura Argentina. Para ello, preparó algunos textos sobre escritores de la escena literaria que les ofrecemos aquí en distintos posteos. A continuación, sobre Gabriela Cabezón Cámara:

 

Música cabeza de cámara. Cabezón Cámara construye una métrica propia a partir de la apropiación de formas clásicas. Los octosílabos y endecasílabos resuenan en su prosa como un eco lejano. Cabezón Cámara hizo uno de los desplazamientos más originales de los últimos años: trasladó la cadencia del verso clásico a la narrativa actual, y por eso nadie es más contemporáneo que ella. Cabezón Cámara lleva sus novelas (que en realidad no son novelas sino poemas novelados) a sus orígenes orales. Es como uno de esos rapsodas que recitaban sus ditirambos en un jónico medio cantado, un poco a la manera de los tangos de Goyeneche. El fraseo de Cabezón Cámara tensa la métrica y crece por acumulación. Las frases copulan entre sí y dan lugar a otras frases más largas, casi interminables, que trastocan el sentido y redefinen el rol de la lectura. Cabezón Cámara escribe para ser leída como si fuera escuchada, porque hay una musiquita que atraviesa todas sus novelas de punta a punta, aunque esa musiquita cambia con las tramas. Me atrevería a decir que uno de sus temas es lo musical de un relato: ¿cómo encontrar el tono exacto para narrar una historia que comienza? Aún así, con todas sus variaciones, hay una “música Cabezón Cámara” que persiste, y quién la escucha una vez ya no puede olvidarla. Cabezón Cámara escribe como una muralista y su prosa toma consistencia con los colores, los animales y la vegetación con que arma sus historias. Su última novela plantea una pregunta extrema: ¿cómo puede narrarse la luz? Y esto, paradójicamente, la acerca a Saer y a Aira, aunque su estilo la mantiene a distancia. Cabezón Cámara escribe bien porque piensa mal, o mejor dicho, su literatura va por delante de sus ideas, y por eso cualquier categorización de la crítica se queda corta o llega tarde. Ella nunca está ahí dónde van a buscarla, pero tampoco dónde dice estar.